En un bus, forzado a escuchar a una señora a mi lado que hablaba por celular, tuve que aguantarme una larga lista de las cosas banales que le habían pasado en las últimas horas. Las estaba reportando a una de sus amigas.

Sonreí conmigo mismo por la vacuidad de esa mujer pero muy pronto -y con horror- me di cuenta de que a veces yo hacía lo mismo.

Todos hablamos para informar, enseñar, explicar, o transmitir sentimientos, sensaciones o sabiduría. Y mientras más evolucionamos, más inventamos cosas y situaciones, y más necesitamos expresarlas.

Como seres gregarios -y porque percibimos la soledad como negativa y asustadora- amamos compartir con los demás momentos grandes, importantes o chiquitos, y lo que acontece en nuestras vidas. Amor y desamor, miedo, sentimientos y muerte son cosas que ocupan mucho de nuestro tiempo, y que determinan nuestra felicidad o tristeza.

¿Cómo lo hacemos? ¡Hablando!

Hablamos porque nos gusta compartir nuestras cosas, y además…amamos escucharnos.

A veces hablar se vuelve una obsesión. Pero ¿cuánta de nuestra habladera es importante y necesaria?

Como la señora en el bus, hablamos cuando nos tomamos la responsabilidad de informar al máximo número de personas de lo que pasó o no pasó. Eso nos da un gran placer porque somos los protagonistas bonitos de un acontecimiento todo nuestro que podemos describir con minucia de detalles.

Hablamos también porque nos sentimos como puente y amalgama de un grupo, tribu o familia. Como antes, nos tomamos el deber de que todos se enteren de lo que le pasó a unos de nuestros miembros. Aunque parece agotador repetir la misma cosa varias veces y con la riqueza de detalles escuchados…es un placer inexpresable porque aunque ese acontecimiento no es nuestro, en alguna manera nos permite volvernos protagonistas.

¿Y qué del hablar mal de alguien o chismosear con un amigo que siente lo mismo? ¡Eso sí que es un verdadero gozo!

Por no mencionar cuando le tenemos envidia a alguien. Es un espectáculo -que a veces tengo el gusto de presenciar- cuando alguien me habla mal de una persona que no quiere. Y yo, conociendo a esa persona, me sorprendo por la creatividad que usa para demostrar su estupidez y cómo quien habla se hace más listo que él o ella.

Cuando hablamos, sin casi darnos cuenta porque se vuelve una segunda naturaleza, mentimos. En realidad, no es que mintamos, sino que hacemos pequeños y oportunos cambios al contar lo que verdaderamente pasó. ¿Por qué haríamos eso? Pues, para lucirnos mejor, y para mostrar que somos más listos de lo que somos… ¿Y cómo se llama eso?

Si estamos deprimidos y necesitamos un hombro, también hablamos. En ese caso buscamos a un amigo que nos pueda escuchar y le vaciamos nuestro corazón. ¡Eso es lindo!

A veces, si tenemos a alguien especial que amamos, lo llamamos para hablar, pero en verdad esta vez no tenemos mucho que decir; lo hacemos para que nos confirme que nos ama. Eso es también hablar…

¿Y cuando hablamos con alguien para que un tercero nos escuche? ¡Esa sí que es astucia!

Hablamos y hablamos para convencer, para conquistar, para sentirnos menos solos, para no llorar, para compartir, para vendernos a nosotros mismos…Hablar es nuestra arma, herramienta y refugio.

¡Y no sabemos que hablando demasiado estamos perdiendo energía preciosa que podríamos usar para crecer y expandir las potencialidades de nuestra mente!

Pero ¿has notado que el hablar más profundo es…cuando lo hacemos sin emitir sonido alguno? ¿Es eso posible?

Todos lo hemos experimentado en una conversación profunda, en una mirada con quien se ama, en un abrazo en un velorio, en un reencuentro de padres e hijo después de largo tiempo, en una despedida que puede ser para siempre…

En esos momentos las palabras no son necesarias, estorban. Y esas conversaciones se quedan en el alma para siempre.

Lo mismo pasa cuando un Maestro imparte su enseñanza, o cuando tenemos terror, o la vida nos golpea con fuerza, o cuando se murió un ser amado.

¿Por qué somos incapaces de hablar en esos momentos? Porque lo que sentimos es tan demasiado grande que las palabras se vuelven inútiles e inadecuadas.

Pero,

¿Cuándo nos llegará el momento de escuchar?

Con cariño,