Ayer vi a María Luisa, una muy querida amiga, sufrir.

A pocas horas antes del Huracán Irma —un monstruo con vientos de más de 250 kilómetros horarios— todos sus amores están en Miami.

En lágrimas me contó que dos de sus hijas, nietos y yerno estarán en su casa, todos juntos, enfrentando un destino desconocido.

Sabe que su casa de un sólo piso, ya enfrentó con ella adentro a otro huracán, Andrew en 1992, que casi arrancó la puerta de la casa, y que dejó muchos daños. Me cuenta que nunca hizo cambiar esa bendita puerta —que no es anti-huracanes— y que Irma va a ser mucho más poderosa que Andrew, el que enfrentó ella.

En lágrimas me dijo que no puede ni respirar de la pena. Su mente está consumida por lo que podría pasar y así, cuando algo de en lo que podría ayudar le viene en mente, llama a Miami cada pocos minutos dando instrucciones, pero más que todo, para escuchar la voz de las hijas y nietos. Me dice que con ellas se hace la fuerte, pero que se siente morir adentro. No, es más que morirse adentro, porque la muerte se lleva el sufrimiento, y el suyo es un sufrimiento constante, agotador…

Puedo sentir —casi tocar— la profunda agonía de esa mamá y abuela que sabe lo que significa enfrentar un huracán…y lo que puede significar…

Para romper un poco la vibración y desviar su atención, le pregunté: ‘Pero su llegada se sabía venir ¿por qué no se fueron de la ciudad o por qué no se fueron a un refugio seguro?’

‘Se enredaron con el trabajo’ [María Luisa tiene una pequeña empresa de mensajería] ‘y tuvieron que despachar lo máximo que pudieron porque nosotros somos responsables por las cosas de nuestros clientes’.

‘Me parece bien’ dije, ‘y entiendo el sentido de responsabilidad y seriedad que ustedes tienen pero’, insistí, ‘ya que lo sabían desde antes, ¿por qué no buscaron un refugio que el estado ha puesto a disposición?’

‘Lo hicieron, y habían varios, pero no encontraron ningún refugio que aceptara el perrito de la casa’ ¡dijo como si esa fuera la respuesta más natural del mundo!

‘¿Me quieres decir que por ese perrito, un hombre, dos mujeres y cuatros chicas van a enfrentar un huracán de categoría 4?’ dije asombrado.

’Sí Dada, ¿Cómo lo iban a dejar solito?’

Algunos con nosotros suspiraron conmovidos diciendo: ‘¡Ay qué amor!’ dijo una. ‘¡Ay qué lindo!’ dijo otro’.

Tal vez, a primera vista, ese gesto toca el corazón como algo admirable. Pero, ¿Es ese amor?

Me quedé callado y suspiré profundo. Tuve que decidir si decir lo que pensaba —e ir en contra corriente y mostrarme como un ser insensible y sin corazón— o quedarme callado. Normalmente digo lo que pienso —y es por eso que soy un ‘bicho raro’— pero en ese momento, y sólo porque María Luisa estaba bajo una enorme carga emocional, opté por seguir la verdad benevolente, y no decir nada.

Pero, porque tal vez un día te podrás encontrar en un dilema similar, quiero compartir contigo lo que pienso.

[Publicaré este relato después de la llegada del huracán. No quiero que María Luisa, o sus hijas y nietas, lo lean antes].

Otra vez —y esta vez con un enlace que podía cambiar dramáticamente el destino de siete personas— estaba en frente de algo que me encontraba todo el tiempo.

¡APEGO!

Sí, ¡apego disfrazado de amor!

Esas personas se habían encontrado en frente de uno de los muchos y duros dilemas que la vida pone en el camino. Su dilema fue:

  1. ¿Abandonar el perro —tal vez por unos días, o para siempre— e irse a un refugio seguro y salvar sus vidas y las vidas de sus hijos? o
  2. ¿Recompensar el amor y la lealtad del perrito, considerándolo como un hijo y, arriesgando la vida de todos, quedarse en la casa con él? o
  3. ¿Abandonar a Rambo (el perrito) y esperar tenga las cualidades del otro Rambo y se salve sin problemas? 🙂

¿Qué habría pasado si —en la primera opción— esas personas, hubieran dejado en la casa al perro con una buena cantidad de comida y agua y se hubieran ido a un refugio seguro con sus hijos?

El perro habría sufrido, se habría sentido abandonado, traicionado, se habría sentido solito. Al mismo tiempo, porque no sabía que llegaba un huracán, habría llorado por un rato, y después habría comido y dormido, tal como todos los perros y humanos del mundo cuando sufrimos. A la llegada de la tormenta, habría sufrido de todas maneras, tal vez más porque estaba solito. Tal vez habría perdido su vida.

Ciertamente ellos habrían sufrido mucho por él y además se habrían sentido con culpa por haberlo dejado solo. Al mismo tiempo, además que por la seguridad de ellos mismos, habrían mirado a sus hijos con la certidumbre de que no les iba a pasar nada.

Pero, porque han tomado la segunda opción, se podrán sentir leales a su perro.

Ahora, como padres, mirarán a sus hijos sin saber si mañana estarán bien, quemados por la incertidumbre de poder perderlos, y morir ellos también. Y una abuela sufrirá la agonía de perder el contacto con sus seres más amados por días, sin saber lo que pasó y si están bien.

Bueno, ellos no creyeron que su Rambo era un héroe, y así decidieron quedarse con él y, ya que cada uno es —en parte— dueño de sus acciones, esa es una decisión personal y respetable.

Pero, más allá del dilema —que cada uno puede resolver de acuerdo a sus creencias y valores— quisiera que pensaras también en una manera desapegada.

Si el huracán golpeara destruyendo o inundando la casa ¿el perro se salvaría porque está con ellos? No creo. El perro simplemente compartiría el mismo destino de sus amos.

De lo contrario, si nada de malo pasara, el perro se salvaría adentro de la casa y lo encontrarían feliz al verlos otra vez.

Otra vez, apego y más apego…

Pero quiero que pienses en algo más, algo que te toca DE MUY CERCA.

¿Cómo es posible que estas buenas personas —las conozco a todas personalmente— que están listas a sacrificar sus vidas por no dejar a sus perrito, NO SIENTEN ninguna compasión por los animales que se comen a diario?

Buenas personas como ellas cada año, a través de ‘sicarios’ que matan por ellas, ASESINAN —no sacrifican, porque el sacrificio debe ser consciente, y los animales NO quieren morir— 60.000 millones de animales.

Y lo peor de todo es que ellas NO SABEN, ellas NO ESTÁN CONSCIENTES. Yo fui una de esas buenas personas y comí carne hasta los 23 años de edad, hasta que un día pude sentir esa empatía, ese dolor de los animales que habían muerto para darme su carne. Ese día aunque desde siempre había sabido que estaba comiendo carne de seres vivos, no lo ‘SABÍA’ en mi corazón. Cuando lo SUPE, todo cambió y, desde ese momento, NUNCA MÁS comí carne.

Te pregunto: ¿Acaso los perros tienen más derechos de existir que una vaca, un pez, un cerdo o un pollo?

No, porque cada criatura de este planeta TIENE el mismo DERECHO de todos los demás A EXISTIR.

¡60.000.000.000 DE ANIMALES INOCENTES AL AÑO que no se quieren morir!

 ¡60.000.000.000!

…¡Al año!

¿Eres parte de esa ‘buena gente’?

Si sí, ¿te das cuenta de la MAGNITUD de SUFRIMIENTO que, tú también,  estás causando?

¿TE DAS CUENTA?

Piensa con tu corazón y ¡ACTÚA!

 

PS – El huracán Irma decidió escuchar la potente meditación de María Luisa y se volteó a pocos kilómetros de su casa. Las chicas se pasaron el susto de su vida porque tuvieron varios tornados que acompañaron el huracán, pero todos se salvaron, incluido Rambo… 🙂