Nota: Escribí esto con la idea de polemizar, sacudir, hacer pensar y reaccionar a aquellas mujeres que todavía no han entendido cuál es el respeto que se merecen, y el justo lugar que le pertenece en nuestra sociedad. (Mira: ‘El Despertar de la Mujer’).

Catalogadas, pesadas, medidas y seleccionadas entre cientos por ser las más bellas y elegantes de sus regiones, habían llegado allá en vehículos especiales. Su presencia, como todos los años, había atraído la atención de expertos y aficionados en el certamen donde ellas mostrarían su elegancia, potencialidades y belleza.

Lustradas y cepilladas por asistentes, todas, bajo el sol inclemente de la costa, tenían pieles casi brillantes. Siempre llevaban al cuello una escarapela con el nombre del lugar que representaban, con el cual eran llamadas, vendiendo así la dignidad del nombre propio, en ese lugar donde dinero y vanidad eran soberanos. Reinas de ese espectáculo multicolor donde se iban a decidir sus destinos, parecían tranquilas, como si no se dieran cuenta de la animación que las rodeaba.

Siendo domingo los hombres habían llevado a sus hijos que, asombrados por la excitación en el aire, contemplaban todo con curiosidad; a sus esposas que tenían el conocimiento de que allí sus maridos iban a desear a esas bellezas, y harían de todo para que fueran suyas.

La más esperada visión, que solamente los conocedores de verdad podían apreciar completamente, se inició después de los últimos indefectibles retoques. Ahora sí, en la plenitud de su esplendor, se tendría la posibilidad de ver a las protagonistas de cerca en la larga caminata en pasarela.

La primera empezó su paseo que, cargado de miradas de todos los tipos, despertó en varios hombres la concupiscencia de poseerla, y ella, de ojos grandes y negros, continuó observando su entorno como si nada ocurriera, simplemente caminando.

Algunos extranjeros, desconcertados por todo ese alboroto, que se parecía más a una histeria popular que a un evento de ese tipo, pensaban cómo en sus países todo terminaba en pocos días, no despertaba expectativa entre la gente o estaba cubierto por los medios de comunicación, ni generaba artículos, entrevistas o comentarios de expertos periodistas, que por horas hablaban sobre las cualidades de la una o la otra, o de su belleza, o de si sus medidas eran perfectas, o de si estaban bien dotadas de mamas.

La atenta ojeada de un hombre siguió a una de ellas y, por ese deseo que su mente acariciaba en secreto, con una excusa se alejó de su familia. Regresando con ella al lado, con rostro satisfecho, miró fijamente a su sorprendida mujer.

Manuel, el hijo de cinco años, feliz y excitado, dijo:

“Papi, ¿puedo tocar la vaquita?”  🙂

Con cariño,